Uruguay: poesía y canto
de exiliados
A Uruguay dedica Alí especialmente el Canto Oriental (1980). Uruguay tiene por
nombre oficial: República Oriental del Uruguay. Esa es la razón del título.
El golpe de estado de junio de 1973 y el Consejo de
Estado resultante se vio inmediatamente resistido por gran parte del pueblo
uruguayo, por los trabajadores y por los estudiantes universitarios. Las
Fuerzas Armadas detuvieron a dirigentes de izquierda y a otros ciudadanos sin
posición política definida acusándolos de sedición durante todo el tiempo que
duró la dictadura militar, es decir, hasta 1985. El 30 de noviembre de 1980 el
pueblo rechaza el proyecto de reforma constitucional propuesto por el régimen
dictatorial, dando comienzo a un lento proceso de apertura política. En 1984
sale triunfante el Partido Colorado,
que no supone grandes cambios, pues es el que tenía el apoyo de los militares.
Para muchos analistas este partido fue el sustrato político que permitió el
sostenimiento de la dictadura militar. Con esta clave escribía ya Alí en el 80, desvelando la alianza Partido
Colorado-militares, e intuyendo el momento político de transformación que se
avecinaba.
El juego con la expresión ni colorín ni colorado, debe entenderse en referencia a este
partido uruguayo. “Canto oriental, canto amigo / canto mil veces cantando /
suena el clarín de los gallos / cuando la mañana viene / y como dice Benedetti
/ el canto no se ha acabado / Ni colorín, ni colorado / el canto no se ha
acabado”.
El estribillo de Benedetti al que remite -“Pero ni
colorín, ni colorado / el cuento no se ha acabado”- es del poema Ni colorín, ni colorado, escrito en 1979
por Gabriel García Márquez, a raíz de una noticia de prensa en la que se
anuncia el hallazgo en Valparaíso de dos niños uruguayos desaparecidos en
Argentina en 1976. En el poema hace un recorrido por diversas situaciones
críticas de la realidad dura del continente. Literariamente, evoca, más
remotamente, un conocido poema de León Felipe, sobre otros cuentos que nos han
echado: “Y he visto que la cuna del hombre / la mecen con cuentos / Que no
quiero que me entierren / con cuentos / Que no quiero que me sellen la boca /
con cuentos / Que vengo de muy lejos / Y me sé todos los cuentos”. Pero Alí
recrea el sentido. Pasa de los cuentos que nos echaron, y no dejan de seguir
echándonos, para adormecernos (León Felipe); a los cuentos de sufrimiento y
represión del continente que no cesan de existir (Benedetti); hasta los cantos
que surgen por todas partes, cantos liberadores, que no dejarán de sonar, en
contra-réplica (Alí). Hermosa la relectura recreadora de los textos.
En un paso más, rescata la memoria de Artigas, libertador del sur.
José Gervasio Artigas Arnal fue un militar, estadista y máximo prócer uruguayo, con perspectivas claramente integracionistas,
federalista e inclusivo de indígenas y negros. Fue uno de los más importantes y consecuentes estadistas
de la Revolución del Río de la Plata. “Canto oriental, canto amigo / viento que mueve la espiga
/ pon en las manos de Artigas / un corazón levantado / que hace falta como el
trigo / para el pan recién horneado”.
Sigue la mención a poetas y cantores populares, todos
exiliados tras el golpe de 1973:
Alfredo
Zitarrosa fue un cantante, compositor, poeta, escritor y periodista uruguayo, considerado una de las figuras más destacadas de la
música popular de su país y de toda América Latina. Se adhirió al Frente Amplio de la izquierda uruguaya, lo que le valió el ostracismo y finalmente el exilio durante
los años de la dictadura. Sus canciones estuvieron prohibidas en Argentina, Chile y Uruguay durante los regímenes dictatoriales que
gobernaron esos países. Vivió exiliado en Argentina, España y México,
a partir del 9 de febrero de 1976.
Los Olimareños es el nombre del grupo de canto popular uruguayo formado
por Pepe Guerra y Braulio López. A partir del golpe de estado fueron prohibidas sus canciones. En 1974 comienzan su exilio por Argentina,
España y México.
Mario Benedetti, conocido poeta, tras el Golpe de Estado
renuncia a su cargo en la universidad y parte al exilio por Argentina, Perú,
Cuba y España. Vuelve a Uruguay en marzo de 1983, iniciando el autodenominado
período de desexilio, motivo de muchas de sus obras.
Viglieti, cantor y poeta, en 1973 comienza en Argentina su exilio, que después continuará en Francia, país donde vivió por 11 años. Regresa a Montevideo el 1 de
septiembre de 1984, donde es recibido por miles de personas en un recital que recuerda como "el más
emocionante en 40 años de carrera". Desde entonces edita y reedita numerosos trabajos entre los que se
destaca, en particular, el titulado A dos
voces con Mario Benedetti en 1985, reflejo discográfico de numerosos recitales realizados junto al gran
poeta uruguayo durante el exilio compartido por ambos.
A todos ellos hace confluir Alí en su canto, cuando la
vida los hizo coincidir como exiliados. Todos cantando por un Uruguay sin
dueño, testimoniando que pese al Partido Colorado, el canto no se ha acabado.
“Canto oriental, canto amigo / un viajero de este tiempo / por los que quedan
adentro / y escriben tu poesía / Oriental de amanecida / por los niños de Viglietti
/ y como dice Benedetti / el canto no se ha acabado. / Ni colorín, ni colorado
/ Zitarrosa anda cantando, / ni colorín, ni colorado / por un Uruguay sin
dueño, / ni colorín, ni colorado /
cantan Los Olimareños / ni colorín, ni colorado / cantando el flaco
Viglietti/ … / ni colorín, ni colorado / el canto no se ha acabado”.
El Salvador: fuerza
liberadora del amor en medio de las masacres
A El Salvador dedica una canción que caló hondo en ese
pueblo: Sombrero Azul (1981), y que
fue compuesta al inicio de la larga Guerra (1980-1992) que costó la vida a más
de 100.000 personas entre muertos y desaparecidos. Destacó en sus inicios, por
la significatividad del alcance represivo, el asesinato del arzobispo de San
Salvador, Óscar Arnulfo Romero, el 24 de marzo de 1980. A partir de ahí se
acrecentaron los hechos de violencia de las Fuerzas Armadas. El 14 de mayo de
1980 soldados de la Guardia Nacional masacran al pueblo en las orillas del Río
Sumpul en Chalatenango. Los días 10-11 de diciembre de 1981 el batallón
Atlacatl de la Fuerza Armada de El Salvador masacró a más de 1000 campesinos en
los cantones El Mozote, Los Toriles y La Joya del departamento de Morazán, en
lo que ha pasado a conocerse como "Masacre de El Mozote" y ha sido
considerado el crimen más grave de la guerra por su número de víctimas.
Alí se refiere en especial a la masacre del Sumpul. Cito
en extenso una explicación de los hechos:
El 14 de mayo de 1980 en la aldea
salvadoreña La Arada y sus alrededores, apenas amanece cuando soldados del
Destacamento Militar N° 1 de la Guardia Nacional y de la paramilitar
Organización Democrática Nacional (ORDEN), apoyados por helicópteros, comienzan
a disparar con una saña todavía desconocida para sus habitantes: mujeres
torturadas antes del tiro de gracia; niños de pecho lanzados al aire para ser
el blanco; adolescentes atados para ser fusilados.
Un operativo militar se había
iniciado un día antes en la zona, en el que las fuerzas militares cometieron
actos de violencia contra la población civil, lo que ocasionó la huida de
numerosas familias. Los pobladores desplazados por el operativo intentaron
cruzar el río Sumpul para refugiarse en Honduras, pero las tropas hondureñas
les impidieron el paso y fueron muertos por las tropas salvadoreñas que
hicieron fuego deliberadamente sobre ellos. Muchos mueren ahogados,
especialmente los niños.
El Sumpul se tiñe de sangre y se
llana de cadáveres. El genocidio acaba al atardecer y quedan allí 600 muertos,
pasto de perros y zopilotes. Nadie puede acercarse a recogerlos o enterrarlos.
Quedan pocos para contar el horror de ese día de sangre y llanto. La mayoría ha
perdido a toda su familia, a lo sumo ha podido salvar a uno de sus cinco o seis
hijos. Los gobiernos de ambos países niegan la matanza así como los
observadores de la OEA. La primera y valiente denuncia proviene de la diócesis
hondureña de Santa Rosa de Copán.
Lo que no esperaba Alí cuando cantó por primera vez el Sombrero Azul, que en el mismo Sumpul,
dos años más tarde, volvería a suceder otra masacre.
El 29 de mayo de 1982, más de 700
campesinos indefensos de Los Amates y Santa Anita inician un éxodo masivo,
desesperado hacia la frontera. Tratan de ocultarse en montes y cañadas,
comiendo hierbas y raíces. Los soldados los persiguen ametrallando, matando de
cualquier manera a los que logran alcanzar. Llegados al río Sumpul, agotados,
algunos heridos, aterrorizados, los campesinos intentan cruzarlo.
Los niños y ancianos no resisten
la fuerza de las aguas y mueren ahogados. Como dos años atrás, el Sumpul vuelve
a teñirse de sangre inocente. Quienes alcanzan la orilla hondureña son
rescatados por observadores internacionales, que se enfrentan duramente a
oficiales y soldados para conseguirlo. Logran llevarlos al campamento de
refugiados de Mesa Grande. Apenas quedan 163 campesinos extenuados, desgarrados
por el dolor. Como esa pareja que, después de perder una niña, corre a
refugiarse a una casa; cuando se acercan escuchan gritos de mujeres y niños que
están siendo quemados vivos en ella. O esa madre que llega a Mesa Grande
totalmente muda: ha perdido a sus seis hijitos. Todos han presenciado escenas
horripilantes, sanguinarias. Algunos mueren apenas llegados. Sólo piden que
rescaten a los compañeros dispersos por los montes. Ellos vivirán para luchar
por la paz.
El canto de Alí promueve la lucha del pueblo
salvadoreño y anima, desde la fe en los
mártires, desde la sangre que germinará, a la consecución de una tierra
florecida, de la nueva madrugada en que sea posible la alegría: “El pueblo
salvadoreño tiene el cielo por sombrero / tan alta es su dignidad / en la
búsqueda del tiempo en que florezca la tierra por los que han ido cayendo / y
que venga la alegría a lavar el sufrimiento”. La mención del azul del
cielo-sombrero, remite al color azul
celeste de la bandera nacional salvadoreña, que se compone de dos franjas
horizontales iguales de color azul, e interpuesta entre ellas otra franja
blanca. El azul simboliza el cielo, siempre despejado; azul es sentimiento
nacional, sentimiento patrio de liberación.
El coro del canto es una llamada vital al compromiso, a
la firmeza en la lucha, con la fe en el nuevo día que está por nacer, con la
pureza de la lucha sin intereses egoístas. Paciencia, entrega amorosa y
confianza en lo pequeño que transforma, son las actitudes que promueve Alí.
“Dale que la marcha es lenta pero sigue siendo marcha / dale que empujando al
sol se acerca la madrugada / dale que la lucha tuya es pura como una muchacha,
cuando se entrega al amor con el alma liberada. Dale salvadoreño, dale, que no
hay pájaro pequeño, dale, que después de alzar el vuelo, dale, se detenga en su
volar”.
Una fuerte crítica al militarismo imperial que pretende
dominar el mundo se hace en la siguiente estrofa: “Al verde que yo le canto es
el color de tus maizales / no al verde de las boinas de matanzas tropicales /
las que fueron al Vietnam a quemar los arrozales / y andan por estas tierras
como andar por sus corrales”. Los militares norteamericanos acababan con el
arroz, fuente de vida del pueblo asiático y, cuando Alí canta, andan en El
Salvador como por su casa, con la connivencia de los gobernantes salvadoreños.
Alí los denuncia y canta a una tierra verde, próspera, con buena producción de
maíz, rico alimento tradicional del pueblo.
Culmina con hondo sentimiento fraterno latinoamericano,
con la esperanza de que las luchas del
pueblo y las muertes sufridas, sean semilla de nueva vida, germinen en rosa de amor, incluso donde menos se lo
espera, como puede ser en el mar salado. La vida futura es posible: “Hermano
salvadoreño / viva tu sombrero azul, / dale, que tu limpia sangre germinará
sobre el mar / y será una enorme rosa de amor por la humanidad”.
El contraste amor-masacre señala el punto final del
canto: “Tendrán que llenar el mundo con masacres de Sumpul, para quitarte las ganas del amor que tienes
tú”. En el canto de Alí se mantiene la
esperanza en la fuerza liberadora del amor.