Orlando Araujo
fue un venezolano que leyó con claridad la situación socio-económica de su momento. En su libro Venezuela violenta
acuña estos subtítulos: “La miseria es nuestra, la riqueza es ajena”. “La gran
riqueza ajena, nuestro señor el petróleo”.
Y escribía
allí, con gran claridad de horizontes, en la década de los sesenta:
El petróleo constituye 87% de la inversión extranjera en
el país, 93% del valor total de las exportaciones, 85% de las divisas que
ingresan anualmente y las dos terceras partes de los ingresos fiscales
ordinarios. Basta una disminución de las inversiones anuales de las compañías
petroleras, o una baja en los precios del mercado internacional o una
restricción de la demanda en el principal mercado comprador para que en el
interior de Venezuela se genere y propague una onda depresiva cuya intensidad y
duración dependen de la duración e intensidad del movimiento externo que la
provocó.
En otras palabras, el destino de todo el país depende de
la aventura económica de un producto y como ese producto es explotado por
capitales extranjeros, fundamentalmente norteamericanos, está subordinado a sus
decisiones.
Esta realidad es la clave de la situación venezolana y
subyace en el fondo de nuestro drama político y social. Un país cuyo destino no
le pertenece porque está en manos ajenas, un país enajenado, una prolongación
periférica de otra economía más
poderosa, una sociedad con las contradicciones, frustraciones, miserias
y odios una sociedad colonial. Una sociedad, también, para quien la violencia
puede plantearse como alternativa válida, como liberación.
A esta realidad se refiere Alí Primera en sus cantos. Se
llevan nuestro petróleo, mientras que nos dejan sudor y miserias. En Perdóneme tío Juan increpa: “es que usté
no se ha paseado / por un campo petrolero / usté no ve que se llevan / lo que
es de nuestra tierra / y sólo nos van dejando / miseria y sudor de obrero”. En Se está secando el pozo señala con ironía que “el pobre forma ahora /
parte activa en el progreso”. ¿Cómo? En metáfora que casi no lo es por lo
apegada a lo real afirma que “el petróleo es derivado de los huesos del obrero”. Esa misa idea aparece
enLa guerra del petróleo en la que la sangre del pueblo se ha visto transformada en
“petróleo para el yanqui”.
En Tierra sin culpa resalta de nuevo el
hecho de la expoliación de las riquezas propias: “¿por qué no convertir / el
petróleo que se llevan? ¿y el hierro que se llevan? / ¿quién alivia tus
miserias? / tierra sin culpa Venezuela”.
La fábula de El bachaco fundillúo señala cómo otros
se guardan la riqueza que produce el hormiguero. Con el bachaco novelero se refiere a Uslar Pietri que divulgó –en
apuesta ideológica por un mayor trabajo del pueblo, sin análisis de las causas
estructurales- aquello de “sembrar el petróleo”. Uslar Pietri era novelista,
aparte de político conservador. “Hay que
sembrar el petróleo / dijo a la hormiguita un bachaco novelero pana burda de
uno de los pocos / que se guardan la riqueza / que produce el hormiguero”.
Esto mismo se
denuncia con ironía en Ahora que el
petróleo es nuestro. La soberanía es una farsa, pues el petróleo es ajeno:
“Viva la soberanía / que tal señor presidente / si se convierte en comía /
nosotros lo trabajamos / nosotros lo refinamos / señores a esa comedia / la
gracia yo no le veo / que nosotros trabajemos / y ellos con el mercadeo… ahora
que el petróleo es nuestro / el vividor de la OPEP / sigue gozándole al pueblo
/ tiene cuadrada la arepa”.
Las
consecuencias de la explotación del petróleo a beneficio de agentes extranjeros
saltan a la vista: contaminación de las costas, grandes empresas que no dejen
sino sufrimientos para el pueblo, almanaques (deshechos) que se usan para
construir ranchos… La Creole
Petroleum Corporation es mencionada críticamente en las canciones Ruperto (con su almanaque se construyó
el rancho Ruperto) y Paraguaná (al
viejo pescador / lo mandan a pescar lejos…).
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