Compromiso por la liberación, salvación y conciencia, unidad de los pueblos
En Mi Dios se lo
cobre se denuncia con fuerza ese falso rezo, el rezo alienador que nos hace
aparentar todos iguales negando la realidad de pobreza de unos y riqueza de
otros, simulando ante Dios ese engaño:
Somos
semejantes / es decir, pareciera que lo somos / en la manera de rezarle a Dios
/ en la manera de engañar a Dios / y en la forma de engañar con Dios.
La religión que asume Alí, con la que y desde la que
dialoga, es una religión comprometida. En una de sus más antiguas letras, No basta rezar (1967), hace crítica al rezo terrible y trágicamente falso, el del piloto que bombardea a los niños
del Vietnam. Y también se cuestiona el rezo “de buena fe” y hasta “de corazón”,
cuando ese rezo no es transformador. Cuando no acarrea compromisos. En realidad
es un rezo que no corresponde a la fe cristiana como la entiende Alí. Alí
espera que el pueblo se levante y digan: “no bastaba con rezar”. No niega el
rezo (no dice que sobraba rezar) pero agrega que es necesario el levantamiento
popular en consonancia con ese rezo.
Con sentido similar, en La patria buena se expresa: “A Dios rogando pero remando hasta
llegar a la orilla”. Los ruegos a Dios no inhiben de remar. Es una clara
apuesta por el compromiso. Se afirma la
necesidad de rogar a Dios, pero con el compromiso firme hasta alcanzar la meta:
una patria buena, una patria con caminos de dignidad. Y para ello hacen falta
muchos golpes y además: lucha por la unidad y esperanza.
En la canción Coquivacoa
se cita: “La inocencia no mata al pueblo, pero tampoco lo salva. Lo salvará su
conciencia”. Aquí la referencia religiosa no es directa, y sin embargo puede
ser iluminador el análisis. La salvación es entendida como conciencia más que
como inocencia. Se discute en qué consiste la salvación. La religión identificó
salvación con inocencia, “pureza” de alma. Alí apunta a otro modo de entender
la salvación. Se trata de la conciencia que favorezca la vida integral del
planeta, vida del lago y vida del pueblo. Es una salvación activa, para una
vida más humana en el presente. Y no una salvación situada en el limbo de la inocencia
ahistórica y atemporal.
Dispersos es una fuerte llamada a la unidad del pueblo, cristianos
y revolucionarios. Alí arroja una pregunta que simultáneamente es invitación a
la acción unida del pueblo: “Por qué no unirnos si ya se unieron el fusil y el
evangelio en la manos de Camilo”.
La referencia a Camilo Torres, sacerdote y guerrillero
del ELN colombiano, simboliza en lo concreto de un individuo la unidad de la fe
y la revolución. Para Alí no hay contradicción entre su militancia comunista y
la fe en el Evangelio. Lo que priva es el sentido de unidad de los pueblos y la
lucha por su liberación. La mención de Camilo se hace más aguda, por la contraposición entre
modelos de fe, en el recitado de la canción Mi
Dios se lo cobre:
El Papa vino
a Colombia, el primero en besarle la mano fue un oligarca señor /
y Camilo, el
sacerdote, el que no engañaba a Dios /
en un
bolsillo de la sotana un libro de Santo Tomás de Aquino /
y en el
otro, en el de la izquierda, un libro de Carlos Marx /
buscaba la semejanza
para ofrendársela a Dios.
Y Camilo el
sacerdote el que no engañaba a Dios /
él murió
lleno de moscas ¿y saben quién lo mató? /
lo mató
quien defendía, al mismo que besó al Papa cuando bajo del avión.
Otra vez resalta la necesaria unidad en la lucha, que se asocia a
la oración; oración por otra parte, referida no al templo, sino al canto
popular, y en concreto a los tambores de San Juan: “Démosle duro a la mina que
se eleve esta oración pa´que los hombres se unan y nos vamos pa´la lucha”.
En una de sus últimas canciones Alí
plantea que los rezos deben ser transformados para los nuevos tiempos
que se abren en la historia. Los rezos deben ser el signo de esa novedad, un
indicio de la liberación de los pueblos. En Guatemala
es corazón, junto al hombre nuevo se da la bienvenida “al nuevo rezo / a la
canción por todos / tejida con los sueños / que a través de la historia /
sembraron los caminos / hacia este nuevo tiempo”. El nuevo rezo inaugura los
nuevos tiempos.
La canción Flora y
Ceferino hace de síntesis teológica en una sola pieza:
- Evoca la religión popular de Ceferino, que pide confesión y unción e intenta besar la mano del sacerdote. Pero lo hace desde un cuestionamiento fuerte a un modelo eclesial: el de una iglesia de ricos aliada con los hacendados, representados en Don Olivares que ofrece a la iglesia una buena comida con carne de ternera, en presencia del Gobernador. Los ricos, en esta alianza con la iglesia y el poder político, han secuestrado la religión: se han llevado la Palabra la han hecho documento que justifica su propiedad privada (“las Sagradas Escrituras de la casa comunal”); y se han apropiado del sacramento (“sólo comulgan señores de la alta propiedad”).
- La religión de Ceferino es religión humana, que incorpora la sexualidad como cosa divina (“después del tercer avemaría su olor de hembra me enamora, y encuentro a Dios en su vientre”). Aunque Ceferino le pide perdón por ello al cura, porque es consciente de no ha sido vista así en la prédica tradicional.
- Remite al Jesús del evangelio. Ceferino parece, en su lecho de muerte, darle una buena catequesis al señor cura. Los panes de Jesús (la solidaridad y la igualdad social) no aumentan tanto como los mercaderes que cada día crecen más. Jesús es a quien pregunta Ceferino en su oración: “le pregunto a Jesús a cada rato”.
- La bienaventuranza de los pobres no se explica desde la realidad de injusticia que vive Ceferino. La pregunta por quiénes son los pobres, si los materiales o espirituales, que algunos se hacían en tiempo de Alí, pierde total relevancia frente a la vida pobre de Ceferino (“lo de pobre me lo sé yo”), que se plantea más bien de qué bienaventuranza se trata (“¿qué quiere decir bienaventurado?”), si lo que él ha hecho en la vida es sufrir.
- Las preguntas de fondo de Ceferino no se resuelven en una teodicea abstracta, que justifica a Dios frente al mal del mundo, sino en el compromiso práxico transformador. Ceferino mismo no es de los que condena a Dios, en abstracto; es consciente, en su análisis de la realidad, de que el problema es el hambre, la pobreza, fruto de la injusticia: “no me mata Dios, sino que me mata el hambre”.
- El sacerdote también se plantea preguntas. Se presenta como un sacerdote sincero, al lado del pueblo. Se ofrece (“¿para que soy bueno?”), rechaza el besa-mano como mala costumbre que “en lugar de hacer más grande a Dios lo disminuye”, siente “en la cara” las preguntas de Ceferino, y termina preguntando con él: “¿Por qué mueren tan temprano los campesinos de mi país”?
Culmina el tema, y este capítulo, con la invitación a la
lucha “codo a codo con el pueblo”, desde la verdad: la verdad de Dios, la verdad del Evangelio.
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